La Universidad San Jorge celebró ayer una nueva sesión del ciclo ¿Un futuro humano? con la participación de Sara Lumbreras, profesora de la Universidad Pontificia de Comillas, que intervino por videollamada, y el escritor y filósofo Jordi Pigem.

Lumbreras analizó en su ponencia las posibilidades de construir una inteligencia artificial (IA) humana y explicó que “los increíbles avances tecnológicos nos han llevado a poder resolver problemas que anteriormente pensábamos que jamás podría descifrar una máquina” pero esta afirmación se ciñe principalmente a un sentido computacional, ya que “desde un aspecto experiencial, esto ya es diferente, el dolor, el color, el placer… son experiencias que están fuera del alcance de las máquinas que podemos crear”.

Durante su intervención, la ponente también valoró si el razonamiento moral es computable. En este sentido, señaló que “las máquinas reflejan los sesgos de los humanos que las entrenan, ya que la IA no se programa sola”. Así, Sara Lumbreras detalló cuáles son los principales problemas de la inteligencia artificial: el sobreajuste, que sucede cuando tenemos muy pocos datos, y el sesgo algorítmico, que muestra cómo muchos algoritmos discriminan a las minorías.

Por tanto, la conferenciante concluyó que “el aprendizaje automático funciona, pero no quiere decir que la experiencia subjetiva exista, porque la máquina no siente”.

Posteriormente, Jordi Pigem empezó su exposición asegurando que “la IA es inteligencia como una flor artificial, es flor”. Así, “la IA vista desde lejos funciona, pero no es inteligencia”.

También hizo alusión a las teorías reduccionistas que “se han puesto de moda” y que defienden que lo que no se puede medir, no existe. El placer, el dolor, la justicia y la belleza no son reales, pero “si piensas qué es lo que realmente da sentido a tu vida, seguro que son aspectos que no se pueden medir, como la amistad, el amor o la familia”.

Asimismo, Jordi Pigem abordó los cambios que llegaron en el siglo XX con la física cuántica, que revolucionó la manera de pensar porque defiende que “todo es probabilístico, todo depende de un observador y el mundo está hecho de relaciones”.

Por otra parte, argumentó cómo el ser humano supera a la máquina en muchos aspectos poniendo como ejemplo cómo más de 70 billones de células trabajan en el cuerpo humano de forma coordinada “como una sinfonía” y plantea: “¿esto podría hacerlo una máquina?”

En este sentido, Pigem defiende que “la conciencia humana es un prodigio y está bien que la máquina nos ayude, pero no que coja el volante y te lleve donde ella quiera”.

Según afirmó: “la máquina está por debajo del ser humano y es muy peligroso verlo de otra manera, fundamentalmente en áreas como la medicina o la educación”.